Vida y obra del Maestro Simón Rodriguez, para resaltar la im- portancia de su pensamiento, sus aportes a la pedagogía Latinoamericana, su defensa por la educación pública, con valores como la justicia y el trabajo liberador. Simón Rodriguez referente teórico para la construcción de una educación trasformadora, que respeta la diversidad y que reivindique la toparquia y la originalidad de los modelos educativos. Programa radial on line: Educación al Debate conducido por el Maestro de la Patria Grande, Jose Saldeño para: www.educacionaldebate.blogspot.com, Correo; educacionydebate@gmail.com
Simón Rodríguez
EL ÚLTIMO VIAJE DE SAMUEL ROBINSON
(Simón Narciso Jesús Rodríguez; Caracas,
Venezuela, 1769 - Amotape, Perú, 1854) Pedagogo y escritor venezolano.
Jamás la historia de la América independentista ha sido tan injusta con
uno de sus grandes personajes como lo fue con la obra del insigne
educador y gran pensador americano don Simón Rodríguez. El relato de su
vida, atrapado en el sobrenombre de El Maestro del Libertador, se
destacó en la historia por el mérito de haber forjado el espíritu y las
ideas de Bolívar, reduciendo a pasividad lo que fue realmente una
activa relación de reciprocidad.
Pero Simón Rodríguez no nació para hacer de
Bolívar el futuro Libertador de América; se hizo a sí mismo, más bien,
para convertir en verdaderas repúblicas a los territorios conquistados
por la libertad. El proyecto diseñado por Simón Rodríguez, basado en la
colonización del continente por sus propios habitantes y en la formación
de ciudadanos por medio del saber, lo dibuja como un gran pensador
americano a quien, en virtud de su incesante lucha en favor de la
educación popular, sería más justo recordar como el gran maestro de
muchos. La originalidad de sus pensamientos, su sentido estricto de la
honestidad, la trascendencia renovadora de sus ideas pedagógicas y
sociales y la heterodoxia y excentricidad de sus métodos hablan de un
hombre con sentido propio, ajeno al contexto de su época.
Biografía
Los historiadores suelen ubicarlo en la borrosa
frontera que separa la genialidad de la locura; y no sin razón, ya que
la vida de Simón Narciso Jesús Rodríguez se encuentra minada de
anécdotas que no cesan de sugerir la interrogante. Nació en Caracas el
28 de octubre de 1769 (aunque también se afirma que fue en 1771); se
dice que era hijo natural de Rosalía Rodríguez y de un hombre
desconocido, de apellido Carreño.
Las imprecisiones en torno a su procedencia han
animado la fábula: abandonado en las puertas de un monasterio, se crió
en la casa de un clérigo de nombre Alejandro Carreño, quien se presume
que era su padre, junto a su hermano Cayetano Carreño, que se
convertiría en un famoso músico de la ciudad. Era alto y fornido, y su
extravagante forma de vestir provocaba la risa de muchos.
Ninguna de estas referencias, sin embargo, cifra
la existencia de Simón Rodríguez: viajero incansable, fue un
cosmopolita en el sentido literal del término, a quien poco importaba el
arraigo a cualquier vínculo familiar, cultural o territorial. El ethos
de su vida fue siempre educar, y para ello recorrió el mundo entero, en
busca de un lugar en el cual pudiera "hacer algo" y poner en práctica
sus ideas. Ésta fue su verdadera patria.
El joven maestro
La larga carrera de Simón Rodríguez como
educador, si es que así puede etiquetarse su incesante labor de "formar
ciudadanos por medio del saber", se inicia oficialmente cuando el
Cabildo de Caracas le otorga, en 1791, el permiso para ejercer de
maestro de escuela de primeras letras en la única escuela pública de esa
ciudad. Claro está que la formación autodidacta emprendida por
Rodríguez desde muy joven habla de un inicio más temprano en su carrera y
de un encuentro prematuro con la vocación del saber, la reflexión y el
pensamiento.
A los veinte años de edad, según se dice, Simón Rodríguez ya había leído a Jean-Jacques Rousseau, particularmente el Emilio, y una traducción de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.
Como muestra del ímpetu y la avidez de sus reflexiones, siempre
originales y a contrapelo del medio, presentó al ayuntamiento de
Caracas, en 1794, un estudio titulado Reflexiones sobre los efectos
que vician la escuela de primeras letras de Caracas y medio de lograr su
reforma por un nuevo establecimiento.
Las ideas vertidas en este ensayo parten de la
necesidad de formalizar la educación pública por medio de la creación de
nuevas escuelas y la formación de buenos profesores; de esta forma,
argumentaba, se promovería la incorporación de más alumnos (incluyendo a
los niños pardos y negros) y la disminución progresiva de la enseñanza
particular; se requería además buenos salarios.
Fue en esa época cuando, en la escuela de
primeras letras del Cabildo de Caracas, tuvo entre sus alumnos, hasta
los catorce años, al entonces travieso Simón Bolívar.
Simón Rodríguez, que además de maestro era también amanuense del tutor
de Bolívar, había sido recomendado para encargarse de la educación del
futuro Libertador de América.
Alguna contingencia de vital importancia para la
vida del maestro lo animaría a abandonar el país. La fecha de su éxodo
es dudosa, tanto como la naturaleza de los acontecimientos que lo
propiciaron. Es un lugar común el que afirma que Simón Rodríguez formaba
parte de la famosa conspiración de Gual y España, descubierta el 13 de
julio de 1797, y que tuvo que huir despavorido hacia La Guaira para
embarcarse en un galeón con destino a Jamaica.
Hay quien asegura, sin embargo, que su partida ocurrió en fecha anterior a noviembre de 1795, y que fue motivada por su descontento con el régimen español: "Mal avenido con la tiranía que lo agobiaba bajo el sistema colonial (en palabras de O'Leary), resolvió buscar en otra parte la libertad de pensamiento y de acción que no se toleraba en su país natal". Jamaica le esperaba como puerto de inicio de una aventura de más de veinte años en el exilio.
El exilio
La vocación que mostraba Simón Rodríguez hacia
la educación se manifiesta también en la atención que prestaba a los
nuevos conocimientos; se encontraba sediento por aprender, al tiempo que
diseñaba y ensayaba a su paso nuevos métodos de enseñanza. Una vez en
Kingston, Rodríguez utilizó sus ahorros para aprender inglés en una
escuela de niños; mientras lo hacía, se divertía enseñando castellano a
los párvulos. Su método era curioso: "Al salir a la calle los alumnos
lanzan sus sombreros al aire, y yo hago lo mismo que ellos".
Su siguiente destino sería Estados Unidos. En
Baltimore se empleó como cajista de imprenta, oficio que le permitiría,
más tarde, componer él mismo los moldes de imprenta de sus obras. Tres
años después viajó a Bayona, en Francia, donde se registró bajo el
nombre de Samuel Robinson "para no tener constantemente en la memoria
(según dijo él mismo) el recuerdo de la servidumbre". Más tarde,
en la ciudad de París, se empadronaría en el registro de españoles de la
manera siguiente: "Samuel Robinson, hombre de letras, nacido en
Filadelfia, de treinta y un años"; y esta identidad la mantendría los
siguientes veinte años de su vida en el viejo continente.
En París conoció a Fray Servando Teresa de Mier,
un sacerdote revolucionario de origen mexicano, y lo convenció para que
juntos abrieran una escuela de lengua española. Para acreditar sus
conocimientos, Rodríguez tradujo al castellano la novela Atala de
Chateaubriand; Mier se atribuyó la traducción. También estudió física y
química, y se convirtió en el expositor de orden de las investigaciones
del laboratorio para el cual trabajaba.
Bolívar se encontraba en París desde 1803, y
Simón Rodríguez formaba parte de sus amistades más cercanas. Ambos
disfrutaban de largas tertulias, a veces solos y otras acompañados de
Fernando Toro o de algún otro personaje. En 1805 emprendieron una larga
travesía hasta Italia, cruzando a pie los Alpes. Fueron de Chambéry a
Milán, luego a Verona y Venecia, Padua, Ferrara, Florencia y Perusa.
Por último, llegaron a Roma. Aquí fue donde
subieron al Monte Sacro y se produjo el famoso juramento de Bolívar de
libertar América: "Juro delante de usted (así describe Rodríguez el
juramento de Bolívar), juro por el Dios de mis padres, juro por ellos,
juro por mi honor, y juro por la patria, que no daré descanso a mi
brazo, ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos
oprimen por voluntad del poder español".
En la ciudad de Nápoles sus trayectorias se
separaron: Bolívar regresó a América; Simón Rodríguez volvió a París y
de ahí marchó a Alemania, y luego a Prusia, Polonia, Rusia e Inglaterra.
Según su propio relato, trabajó en un laboratorio de química, participó
en juntas secretas de carácter socialista, estudió literatura y lenguas
y regentó una escuela de primeras letras en un pueblecito de Rusia.
Posteriormente, en Londres, se desempeñó como
educador e inventó un novedoso sistema de enseñanza con varios tópicos,
de los cuales uno estaba destinado al buen manejo de la escritura:
colocaba a sus alumnos con los brazos en triángulo y los dedos atados,
quedando en libertad el índice, el medio y el pulgar. Y los ejercitaba
en seguir sobre el papel, situado oblicuamente, los contornos de una
plancha de metal donde se había trazado un óvalo. De esta figura formaba
todas las letras. "Nada más ingenioso (diría Andrés Bello), nada más
lógico, nada más atractivo que su método; es en este sentido otro
Pestalozzi, que tiene, como éste, la pasión y el genio de la enseñanza".
Y es que Simón Rodríguez era un apasionado de la
escritura. Veía en ella unas capacidades expresivas que, desde su punto
de vista, no estaban reflejadas en la gramática española. Solía
escribir utilizando al máximo signos de puntuación, admiración y
exclamación, mayúsculas y subrayados, y esquemas de fórmulas, símbolos,
paréntesis y llaves, de forma tal que le resultara posible transmitir el
espíritu y la complejidad de sus pensamientos. Quería una letra viva. Y
así la habría de practicar a lo largo de todos sus escritos en Europa y
una vez retornado al nuevo continente.
Retorno a América
Animado por las noticias que le llegaban de
América, Simón Rodríguez emprendió viaje de regreso en 1823. En su largo
exilio había madurado cada vez más sus ideas en torno a la educación y
la política, nutriéndose, fundamentalmente, del pensamiento de Montesquieu.
Es cierto que Rodríguez acogió las ideas de la Ilustración, pero las
utilizó como referencia para la construcción de un proyecto muy
original.
En realidad, no podía ser de otra forma, pues el
legado de Montesquieu acerca del determinismo geográfico y cultural no
invitaba a nada distinto. Así lo expresó Simón Rodríguez: "Las leyes
deben ser adecuadas al pueblo para el que fueron dictadas, [...] deben
adaptarse a los caracteres físicos del país, [...] deben adaptarse al
grado de libertad que permita la Constitución, a la religión de sus
habitantes, a sus inclinaciones, a su riqueza, a su número, a su
comercio, a sus costumbres y a sus maneras".
De ahí que su obsesión fuera, hasta el momento
de su muerte, la de promover la "conquista de América por medio de las
ideas"; era preciso formar ciudadanos allí donde no los había, y sólo
así se lograría fundar verdaderas repúblicas que no fuesen una mera
imitación de las europeas. La América española poseía su propia
identidad, y había de poseer sus propias instituciones y gobiernos: "O
inventamos o erramos". Su pensamiento, aunque original, chocaba
con el ideario que imperaba en los albores de la Independencia
americana. Quizá por ello nunca fue del todo comprendido, aun cuando su
lucha por ser escuchado y por fundar escuelas públicas a diestro y
siniestro no cesó sino en el instante de su muerte.
El reencuentro con Bolívar
Una vez enterado de la estancia de Rodríguez en
Colombia, Bolívar le escribió una carta en la cual lo invitaba a
encontrarse con él en el sur, donde se hallaba en plena campaña.
En Bogotá, primer lugar de estancia a su regreso, sus primeros pasos se
encaminaron a instalar una "Casa de Industria Pública". Deseaba, más que
nada, dotar a los alumnos de conocimientos directos y habilitar
maestros de todos los oficios.
El proyecto fracasó por falta de recursos y el
maestro se dirigió hacia el sur. En Guayaquil presentó al gobierno un
plan de colonización para el oriente de Ecuador. Finalmente, se encontró
con Bolívar en Lima: Simón Rodríguez le presentó sus planes
pedagógicos, que habrían de ser implantados en América, en las escuelas
que el Libertador ya trataba de fundar y que pondría bajo la dirección
del educador. Simón Rodríguez quedó incorporado a su equipo de
colaboradores.
A mediados de abril de 1825 inició, junto con
Bolívar, un recorrido por Perú y Bolivia. En Arequipa organizó una casa
de estudios; después subió al Cuzco, donde fundó un colegio para
varones, otro para niñas, un hospicio y una casa de refugio para los
desvalidos. En el departamento de Puno hizo otro tanto. En septiembre,
ya acompañados del general Antonio José de Sucre, presidente de Bolivia, entraron ambos en La Paz, antes de dirigirse a Oruro y a Potosí.
Y en Chuquisaca, en noviembre de 1825, tuvo que
detener la marcha, pues el proyecto educativo de Simón Rodríguez había
de comenzar en esa ciudad. Bolívar lo nombró entonces director de
Enseñanza Pública, Ciencias Físicas, Matemáticas y Artes, y director
general de Minas, Agricultura y Caminos Públicos de la República
Boliviana. El primer día del año 1826 comenzaría a funcionar la
llamada Escuela Modelo, que en el cuarto mes de su andadura tenía ya
doscientos alumnos.
El plan de enseñanza era muy original: se
agrupaba a los alumnos y se concertaban los métodos educativos,
mezclándose la técnica y el espíritu. Los niños, entregados por entero a
las tareas de aprendizaje, aun durante los ratos de diversión, eran
observados individualmente por personal facultativo para identificar las
inclinaciones de cada alumno. En palabras de muchos entendidos, la
originalidad de estos proyectos se parecía a la aplicada en los famosos
falansterios de Charles Fourier; sin embargo, Simón Rodríguez nunca había tenido contacto con aquella obra.
Con independencia de cuál fuera la filosofía
implicada en el desarrollo de este proyecto, estuvo claro que no tenía
encaje alguno en la sociedad de entonces; la gente no comprendía aquello
y le parecía excesiva la inversión que demandaban las escuelas. El
mariscal Sucre se vio influido por la crítica del medio, y escribió al
Libertador para mostrarle su descontento con la obra de Robinson, como
lo solía llamar. Después de enemistarse con todos, Simón Rodríguez
renunció finalmente a su cargo. Con profunda rabia y decepción escribió
una carta al Libertador, en la que se quejó amargamente de la
incomprensión que había padecido.
Últimos años
Decepcionado por cuanto no le habían dejado
hacer por la libertad de América, y arruinado y endeudado por cuanto
había puesto de su bolsillo para el funcionamiento de las escuelas, se
marchó al Perú. En Arequipa montó una fábrica de velas, de la cual
esperaba obtener fondos para su manutención; las velas representaban
también una muestra sarcástica de aquello que en su opinión había
significado el "siglo de las luces" para América.
El éxito de su negocio, sin embargo, estuvo en
su retorno a las actividades de maestro: los padres acudían masivamente a
la tienda para que se encargara de la educación de sus hijos; y fue así
como Simón Rodríguez pidió nuevamente licencia para ser maestro. En
1828 publicó su primera obra, titulada Sociedades americanas en 1828; cómo son y cómo deberían ser en los siglos venideros.
Se trataba, en realidad, del prólogo de la obra, en el cual se defiende
el derecho de cada persona a recibir educación, señalándose la
importancia que ésta tiene para el desarrollo político y social de los
nuevos estados americanos.
La primera parte fue reimpresa en El Mercurio Peruano al año siguiente, y continuada en El Mercurio de Valparaíso en noviembre y diciembre de 1829. También publicó en la imprenta pública una obra en defensa de Bolívar, titulada El Libertador del Mediodía de América y sus compañeros de armas, defendidos por un amigo de la causa social.
Otras obras suyas fueron publicadas, entre las que figura un proyecto
de ingeniería e hidrología en torno al terreno de Vincoaya. Había muerto
el Libertador y el proyecto de la Gran Colombia había quedado deshecho.
Después de publicar parte de la obra Sociedades Americanas,
se marchó a Concepción (Chile), invitado por el intendente de la ciudad
para que "llevara a cabo el mejor plan posible de educación científica"
en el Instituto Libertario de Concepción. Aplicó a la enseñanza el
sistema diseñado en Arequipa, a propósito del proyecto hidrográfico,
valiéndose de cuadros sinópticos. El primer cuadro era "fisionómico", y
alcanzaba sólo a las nociones; el segundo era "fisiográfico", destinado a
proporcionar el conocimiento; el tercero era "fisiológico" o de la
ciencia, y el cuarto representaba lo "económico", es decir, la
filosofía.
En 1834 publicó Luces y virtudes sociales,
obra acabada de su gran proyecto de instrucción. Desgraciadamente, su
suerte se vio teñida una vez más por la fatalidad: el terremoto de
Concepción de 1835 acabó con todo, incluyendo la estancia de Simón
Rodríguez en esa ciudad; "en América no sirvo para nada", exclamaría. Se marchó a Santiago de Chile y protagonizó un maravilloso encuentro con Andrés Bello, del cual brotaría parte del impulso de la universidad fundada por el insigne humanista.
Partió luego a Valparaíso, ciudad en la
cual también se dedicó a la enseñanza, utilizando un método bastante
original para la época: en la clase de anatomía, se desnudaba y caminaba
por el salón para que los alumnos "tuvieran una idea del cuerpo
humano". Por supuesto, esta didáctica no tuvo larga vida. La sociedad
comenzó a rechazarlo; la población de alumnos descendería rápidamente y
él acabaría en la más absoluta miseria.
Así lo encontró el viajero francés
Louis-Antoine Vendel-Heyl, a quien diría, casi llorando, que "ni
siquiera podía tener el consuelo de publicar el fruto de sus
meditaciones y sus estudios". Como muestra del resquemor que sentía
hacia la sociedad que frustró sus proyectos, en la puerta de la casa de
Simón Rodríguez podía leerse un letrero que decía: "Luces y virtudes
americanas, esto es: velas de sebo, paciencia, jabón, resignación, cola
fuerte, amor al trabajo".
Sufriendo el temor de que su obra se perdiera,
alrededor de 1842 escribió: "La experiencia y el estudio me suministran
luces, pero necesito un candelero donde colocarlas: ese candelero es la
imprenta. Ando paseando mis manuscritos como los italianos sus
Titirimundis. Soy viejo y, aunque robusto, temo dejar, de un día para
otro, un baúl lleno de ideas para pasto de un gacetillero que no las
entienda. Si muriera, yo habría perdido un poco de gloria, pero los
americanos habrían perdido algo más".
Reeditó la obra Sociedades americanas y, sin más, marchó rumbo al Ecuador. En el camino se detuvo en Paita y visitó a la amante de Bolívar, Manuela Sáenz, que se encontraba retirada en esa ciudad. En Latacunga fue acogido por un sacerdote, el doctor Vésquez, quien se empeñaba en que don Simón fuera maestro en el Colegio de San Vicente. A pesar de la insistencia del maestro en dedicarse a la agricultura, terminó siendo profesor de botánica de esa institución.
Paralelamente, y en forma coherente con su
visión de las cosas, fundó en esa ciudad una fábrica de pólvora y al
mismo tiempo publicó un folleto sobre la Fabricación de pólvora y armas con otras enseñanzas generales, en cuyo preámbulo se puede leer: "la pólvora es aquí el pretexto para tratar de la educación del pueblo".
Posteriormente partió a Quito y fundó otra fábrica de velas; luego
marchó a Ibarra, a Colombia, y regresó nuevamente a Quito en el año
1853.
Tenía 82 años y conservaba aún un aspecto
atlético. Dictó una conferencia que sorprendió al público por sus
experiencias y por sus amores tórridos e hijos dejados por el mundo, al
igual que por sus ideas. Finalmente, en 1853, a pesar de haber
manifestado su intención de volver a Europa con la ilusión de que allí
todavía se podía "hacer algo", se trasladó a Amotate, ciudad peruana en
la que falleció el 28 de febrero de 1854, a los 83 años de edad.
La obra de Simón Rodríguez
Guiado por la idea de que sólo a través de la
educación popular se garantizaría la verdadera fortaleza y prosperidad
de las nuevas repúblicas, Simón Rodríguez trazó un proyecto pedagógico
de una originalidad indiscutible. En Rodríguez se fundían de manera
extraordinaria el educador, el hombre de ideas y el escritor. Sus
páginas son fascinantes no sólo por la consistencia de sus ideas y la
alta temperatura pasional que les imprime, sino también por el
indiscutible y original acento de novedad de su escritura. Ello se
manifiesta en la particular vivacidad (rasgo inocultablemente americano)
que insufla al castellano, un tanto envarado por siglos de retórica
colonial, y en las innovaciones que introdujo en materia tipográfica.
Pedagogo influido por Rousseau y Saint-Simon,
Simón Rodríguez fue un reformador intuitivo. Maestro de Simón Bolívar,
sus inquietudes e ideas reformadoras influyeron poderosamente en la
formación de El Libertador, según él mismo reconoció. Después del
triunfo de Bolívar, Rodríguez fue director e inspector general de
Instrucción Pública y Beneficencia y organizó escuelas, pero su
inquietud y su carácter no lo dejaron nunca asentar, mal que se agravó
tras la muerte de Bolívar; el maestro fue rodando hasta su avanzada
ancianidad por Chile, Ecuador, Colombia y Perú.
Simón Rodríguez fue el primero que quiso aplicar
en Sudamérica los audaces métodos educativos que empezaban a utilizarse
a comienzos del siglo XIX en Europa, y por todos los medios trató de
imponer en las atrasadas provincias de Bolivia y Colombia las novedosas y
revolucionarias teorías sobre la educación de la infancia. Nutrido en
las ideas de los grandes filósofos franceses del siglo XVIII, fue un
espíritu inconforme y radical. Sus principales textos son El Libertador del Mediodía de América y sus compañeros de armas, defendidos por un amigo de la causa social (1830), Luces y virtudes sociales (1834) y Sociedades americanas en 1828; cómo son y cómo deberían ser en los siglos venideros (1828, última edición en 1842).
En El Libertador del Mediodía de América
hizo una defensa vigorosa de la figura de Bolívar y de su actuación en
la guerra de Independencia, exponiendo al mismo tiempo muchas de sus
propias ideas sobre la cultura y el destino de los pueblos
hispanoamericanos. Aunque esta obra es muy desigual, y por la premura en
que fue escrita y el temperamento mismo del autor no guarda mucha
unidad, resaltan en ella admirables y audaces pensamientos que hacen de
la misma uno de los estudios más interesantes de la cultura americana
del siglo pasado. Otros escritos suyos son El suelo y sus habitantes, Extracto sucinto sobre la educación republicana, Consejos de amigo dados al Colegio de Latacunga y Crítica de las providencias del gobierno.
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